Crítica 2


 

Quisiéramos empezar esta reflexión refiriéndonos y viéndonos a nosotros como seres dinámicos cuya existencia está fuertemente ligada y regida principalmente por tres espectros: el existencial (“Debo encontrar una verdad que sea verdadera para mí, la idea por la que pueda vivir o morir"), el social (armonía entre el sujeto y la sociedad) y el espiritual (el adimensionalismo inmensurable del cual gozamos quienes mínimamente razonamos).  La búsqueda de una emancipación multidireccional es el orden por el cual finalmente nos desarrollamos, entendiendo (o no) que la abstracción y las múltiples lecturas e interpretaciones propias (individuales y colectivas) son parte de nuestra condición humana. 
 Estos micro-conceptos sumados al macro-espectro espacio(territorio)-temporal en el cual nos asentamos y termina por definir las cosmovisiones y moldeando nuestra idiosincrasia, cuyos resultados se reflejan firmemente en nuestra forma de necesitar-habitar, de querer asentarse. Es nuestra libertad la que, en principio, ponen en evidencia y justifican nuestros paisajes urbanos en función del paisaje territorial. Inclusive en el más riguroso y totalitarista planteamiento de viviendas suburbanas a las cuales somos enviados; rompemos con la vieja idea de "máquina" y la amoldamos en base a nuestros ideales, nuestras necesidades y a veces, nuestros caprichos; demostrando así lo erróneo en la búsqueda de subyugar todo en función de la utilidad utilidad y fundamentar a raíz de la estandarización. 
 Partiendo de estas ideas, como diseñadores deberíamos comenzar a repensar los espacios, la forma en la cual se dimensionan y proyectan, los modos y las variables individuales-colectivas, llevándolos a su génesis y al principio fundamental del mismo en conjunción del entendimiento de las variables, a sabiendas de que son tan "variadas" como individuos-grupos existen y conforman a nuestra sociedad. Los actores sociales, de los cuales devienen sus ámbitos, su deriva dentro del hábitat, sus formas de habitar y sus necesidades son las que deberían, en principio, definir cómo y dónde deben vivir. Esto nos lleva a interpretar que no somos nosotros quienes tenemos la respuesta al qué (objetualmente), sino al cómo (dimensionalmente), teniendo en cuenta los patrones tanto físico-espaciales como de comportamientos y deseos. 
 Podemos decir entonces que las posibles respuestas macro-dimensionales y soluciones arquitectónicas circunscriptas en este contexto reflexivo pueden y deben basarse en el espacio pensado como génesis adquirido y amoldado en torno al deseo, necesidad y posibilidad a través de la modulación y ocupación de un espacio fuertemente mutable y flexible, lo cual daría como resultado una arquitectura lúdica, planteada desde la oferta espacial y no desde la demanda habitacional, la cual quedaría suplida con creces a raíz de los grupos familiares o individuos cuya madurez y cosmovisión se verían por fin reflejadas en la ciudad, haciéndola más pertinente y acorde a nuestra cosmovisión.

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